La Luz Amarilla

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«"Todo descubrimiento no es
sino paciente conquista del olvido",
decía Reb Rafat».

“Leo y releo el libro que voy a escribir.”


-Edmond Jabès-



“(…) Desde que hemos superado el error de creer que el olvido, habitual en nosotros, implica una destrucción de la huella mnémica, vale decir, su aniquilamiento, nos inclinamos a suponer lo opuesto, a saber que en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se formó, que todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas (…)”.

-Sigmund Freud, "El Malestar En La Cultura" 1929-1930-



“Te incluyo en ésta mi definición de la ‘felicidad’ (¿o ya te la conté hace tiempo?). La felicidad es el cumplimiento diferido de un deseo prehistórico. He aquí por qué la riqueza nos hace tan poco felices: el dinero nunca fue un deseo de la infancia”.

– Sigmund Freud, Carta 82, de 1898 a Wilhelm Fliess-



“Ese hombre halló la felicidad cuando descubrió el tesoro de Príamo, pues la felicidad sólo es posible merced al cumplimiento de un deseo infantil.”

– Sigmund Freud, Carta 107, de 1899 a Wilhelm Fliess-


viernes, 31 de diciembre de 2010

NOCHEVIEJA

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NOCHEVIEJA













   Tengo dos tarjetas pendientes de escribir. La duda, por si acaso, cuando al final lo escriba, nada de lo que diga tenga que ver con lo que pienso que quiero decir.



La desmemoria como lo necesario para llegar a la condensación, las pequeñas partículas.



Lo que se entiende como inocencia, tal vez sea un puro acto de fe. No cualquiera, no éste o aquel, sino aquellas creencias que mantuvieron el arrojo de separarse de tales otras. No creo que existan cánones fijos para determinar lo que es inocencia de lo que no lo es; a menudo, los hechos y los discursos están precipitados a engullir eso que con ninguna palabra se puede estar seguro de que se diga lo que es. Quizás el número de veces que se tiende hacia allí, es más veraz que las motivaciones que se puedan izar como estandartes. La inocencia debajo de la palabra Nochevieja, tiene que ver con la nieve.



No importa si hace siglos que ya no nieva ni si coincide con otras tarjetas de felicitación de Navidad, las coincidencias o no, son meras circunstancias. Tanto es difícil mantenerse entre lo ya caduco como no irse al lado de la pura invención; el número de veces tiene que ver con una experiencia irrepetida siempre. El participio pasivo, la devuelve la cualidad de ser parte de una realidad que no es la que manejan ni la memoria ni el olvido.



Siempre, cualquier palabra, puesto que dice de menos y puesto que dice demás, está abocada a la evocación y es así como ella misma es imposible de mantenerse ligada a su intención; constantemente es necesario ir escuchando las sugerencias y retirar, de donde ellas nos hayan llevado, lo sobrante. Lo particular se hace universal cuando consigue ser creíble. Y como no se trata de algo esperado ni mucho menos conocido, son tan legibles los espacios en blanco, los huecos que se entrelazan, las prolongaciones de letras y no letras que se filtran por donde ya no son y así crean un más allá o un más acá del espacio y del tiempo. La inocencia no es un estado moral, pero si evoca eso, tal vez sea porque el número de veces que se tendió hacia allí, terminó por hacerse incontable. En su lugar habrá muros de contención y un exacerbado sentido del ridículo. La estética es la primera que se pervierte en esa forma de traición.



De aquella piedra gravosa, agrisada, fría tal vez, indiferente y las relaciones establecidas, sólo pueden dar cuenta ciertas palabras y no las otras, ciertos espacios y no cualquier espacio aparecido porque sí. No se sabe muy bien si son las palabras las que crean los objetos o son éstos los que reclaman que ellas aparezcan. Sólo sé que, las puertas que se abren o las puertas que no se abren, tienen que ver con el sonido.










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domingo, 26 de diciembre de 2010

22 de diciembre

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22 de diciembre















   Hoy casi todos esperan el sorteo de la lotería de Navidad; yo ayer encontré dos participaciones de 4 euros que tengo desde el verano, las busqué por si acaso saliera premiado ese número para no tener que contarme después que había perdido algo… más. Este día representa para mí la frontera entre el resto del año y la Navidad. No suelo jugar a esta lotería o, si lo hago, se trata de participaciones de gente muy cercana tal como ha sido en el caso que digo. El día 22 de diciembre es como Despeñaperros, un límite imaginario para mí que separa más de lo que la cronología o el espacio indican.




El día de hoy está marcado porque no pude vivir los días anteriores hasta llegar a éste.




No deseo ahora hablar del día 22 de diciembre, qué más da. Ya lo dije: algo se había tragado los días anteriores. Hoy tengo algunas cosas que hacer, tales como no olvidar que sólo me puedo ocupar de algunos libros, las fotos, algún que otro post, pocos porque con todo es mucho más que arrastrar una casa gigante; algunos vídeos, también pocos. No es necesario más.




Ayer, cuando bajé a la calle, fueron los únicos momentos felices del día. Estuvo presente una tristeza aguda que consistía en revivir la distancia que hay desde el hoy al ayer. Era caleidoscópico sentir tantos presentes simultáneos. Desgarrador si hubiese durado más tiempo. Lo que no pude hacer, fue recobrar con palabras esos dos mundos inseparables e irreconciliables a la vez. Digo feliz, porque no en vano puse de título MEMORIA con el epígrafe de Edmond Jabès de leer y releer en el libro de la vida. La enorme dificultad, está en la amnesia que supone no haber sido capaz de evitar tanto desvío. Tal desmemoria es, que me encuentro en conflictos que sólo se representan a sí mismos, bajo la forma de ¿dónde coloco este trozo de letras que escribo sin papel?




Aquí, en esta página que abrí ayer que fue, junto a los cortos minutos que estuve paseando sobre los charcos, los dos únicos y escasos momentos del día en los que fui feliz. COSAS NO PRESCINDIBLES porque incluso, las palabras dadas, están plagadas de memoria y están plagadas de olvido. Olvido de lo esencial, como si lo esencial hubiera sido una broma ridícula o como si el corto tiempo de la felicidad, se pudiese despilfarrar. Hay miles o cientos de palabras que tienen el paso prohibido aquí; se trata de palabras que dicen la verdad, pero que no dirán jamás de lo esencial de la verdad; prefiero creer que sólo serán cientos y no miles por si necesitara que algunas o muchas de ellas hicieran de catalizadores en mitad de una frase. Un catalizador, creo recordar, es un agente que no interviene en la reacción pero con su presencia la precipita. Esas palabras malditas que no me atrevería jamás a pronunciar más que desactivándolas de su peso imposible; palabras posibles de hacerlas realidad, puesto que son palabras, sólo sacando para la luz  lo que sugieren y retirando lo que dicen.




Y así más o menos, con este pequeñito pedazo de alma, y nada más, será como, comienza el listado de las cosas que nunca llegué a abandonar









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